Tres requisitos para la vida de la iglesia

Rom 12: 1 Así que os exhorto, hermanos, por las misericordias de DIOS, a presentar vuestros cuerpos como un sacrificio que está viviendo santa y agradablemente ante DIOS; esta es vuestra adoración verdadera. 2  Y no os adaptéis a este mundo, sino sed transfigurados por la renovación de la mente para que discernáis cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de DIOS (...) 11... fervientes en espíritu, sirviendo al Señor"

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El culto o la adoración verdadera no se reduce a las reuniones de la Iglesia. Siendo estas indispensables y la expresión privilegiada de la Asamblea de Cristo, la adoración verdadera es "vivir santa y agradablemente ante Dios", en todas las esferas y áreas de nuestra vida, 24/7. De hecho, la calidad espiritual de nuestras reuniones nunca será mayor que la calidad espiritual de nuestro diario vivir: nuestra comunión diaria con el Señor, nuestra obediencia a sus mandamientos...

Presentar nuestros cuerpos, ser transformados por la renovación de nuestra manera de pensar, y un espíritu ferviente o ardiente, son tres elementos indispensables para experimentar la vida normal de la iglesia. La edificación de la Iglesia demanda que estemos "de cuerpo presente", "que pongamos toda la carne en el asador", en otras palabras, que nos consagremos por entero al Señor, a la edificación de Su Casa. Pero si traemos a la vida de la iglesia nuestras mentes mundanas, nuestras opiniones almáticas no renovadas, la vida de la iglesia será obstruida y perjudicada; la Palabra de Dios viva y eficaz debe obrar para que nuestra mente se ajuste a la mente de Cristo, y así nuestra emoción y voluntad sean también llevadas cautivas a la obediencia de Cristo. Pero tanto nuestra consagración, como nuestra transformación para la vida de la iglesia, comienzan por un espíritu avivado y ferviente: "5  Entonces se levantaron (...) todos aquellos cuyo espíritu había despertado Ha-Elohim para que subieran a reconstruir la Casa de YHVH..." (Esd 1:5).

Por eso debemos orar con Pablo "que seamos fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu (avivamiento), para que Cristo haga su hogar permanente en nuestro corazón (transformación del alma), a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seamos capaces de comprender junto con todos los santos las inconmesurables medidas de Cristo, y de conocer su amor que sobrepasa todo conocimiento (edificación), para ser llenos de toda la plenitud de Dios (madurez, perfección y glorificación).

Pero observemos la forma de mandamiento: "(sed) fervientes en espíritu". Debemos pedir desesperadamente la "visión celestial", y debemos cooperar con el Señor a despertar nuestro espíritu ejercitando nuestra voluntad en obediencia a la Palabra. El espíritu es el potente motor de la locomotora, capaz de movilizar todo el tren; ejercitar nuestra voluntad en obediencia a lo que sabemos que es la Voluntad del Señor es la chispa que puede encender ese motor.

Así que, hermanos, ¡ánimo con esto!, conforme a ese mismo versículo 11: "en lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor".

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